
Cuantos días en tu barca, buscando entre las aguas, la vida que en el puerto cambiabas por el pan de tus hijos. Cuantas horas en soledad, junto a tu fiel compañero, bajo el sol y la luna, bajo las nubes y la lluvia, bajo la tristeza y el recuerdo.
Con un suspiro en el alma, salías por tu sendero, caminabas sobre las aguas, con su vértice enfrentado a las olas. Salpicada de sal, que sus brazos le mandaban, arropada en su manto, y sus entrañas se llenaban, de vida arrastrada.
Tus pies eran tu Traiña, tu vida era la mar, tu fe y la esperanza, mientras tu mujer enraizaba en la playa, deseando ver tu llegada.
Ahora marinero de tierra eres, tu mar callada y tu Traiña en un monumento, bella como siempre, pero sin agua, sin sal y sin entraña.
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